¿Un Pablo prorromano? – 1

"Pablo ante el rey Agripa" de Vasily Surikov.
Pablo ante el rey Agripa de Vasily Surikov.

Nota importante: Esta es una versión modificada de un artículo que escribí el 30 de abril de 2024 para los grupos: “Reconstructores” (WhatsApp) y el grupo de “JESÚS HISTÓRICO” (Facebook). Espero que sea de su agrado.

  1. I. Introducción
  2. II. La realidad de la pistis/fides en el mundo de Pablo
  3. III. La fidelidad a Yahveh, no a Roma
    1. A. El Mesías como superior al emperador
    2. B. La fidelidad de los paganos del movimiento de Jesús
  4. Bibliografía

I. Introducción

Una de las cosas que más me interesan aclarar con esta postal una cierta convicción que parece ser muy popular, aun entre ciertos eruditos y expertos en el Nuevo Testamento, a saber, que Pablo de Tarso en calidad de emisario (apóstolos) era, de alguna manera, prorromano. Los argumentos son extensos, que van de lo más sublime a lo más ridículo. En este último caso, a nivel popular, existe algunas variantes de mitismo (creencia de que Jesús no existió) que postulan que el Nuevo Testamento es, de alguna manera, creada por el Imperio Romano, en particular por la dinastía flaviana. Otros afirman que Pablo era un príncipe herodiano o un idumeo que estaba aliado al mismo Imperio Romano.

Saliendo de estas propuestas, podemos señalar casos en los que parece que Pablo tiene algún tipo de contacto con personas asociadas al Imperio. Por ejemplo, encontramos lo siguiente en un pasaje:

Saluden a todos los santos en Jesús, el Mesías. Les saludan los hermanos que están conmigo. Les saludan todos los santos, especialmente los de la casa de César (Filipenses 4:21-22).

Tal vez no hay pasaje que haya causado más controversia que el siguiente:

Sométase toda persona a las autoridades superiores, pues no hay autoridad, sino bajo Dios, y las que existen, por Dios, han sido ordenadas. De modo que quien resiste a la autoridad se opone a la ordenación divina, y los rebeldes recibirán sobre sí mismos la condenación. Pues los magistrados no son de temer por las buenas obras, sino por las malas. Y ¿quieres no temer a la autoridad? Obra el bien y tendrás de ella alabanza, pues para ti es un ministro de Dios para el bien. Pero, si obras el mal, teme: pues no en vano lleva la espada: pues es un ministro de Dios vengador para la ira contra el que obra mal. Por tanto, es preciso someterse, no solo por la ira, sino también en conciencia. Por esto, pues, ustedes pagan los tributos; pues son servidores de Dios ocupados asiduamente en eso. Devuelvan a todos lo que se debe: a quien tributo, tributo; a quien tasa, tasa; a quien temor, temor; a quien honor, honor (Romanos 13:1-7).

¿Qué ocurre en este caso particular? Pablo forma parte de un movimiento mesiánico cuyo iniciador en el judaísmo predicaba un Reino de Dios en el que Roma nunca tendría lugar. Es más, pensaba en un reino terrenal con un Israel restaurado con todas sus doce tribus, dominador de todos los demás pueblos. ¿Qué hacen unos versos como estos en el Nuevo Testamento, y en nada menos que los primeros documentos que tenemos del movimiento de Jesús en la historia: las cartas de Pablo?

Exploremos este interesante problema.

II. La realidad de la pistis/fides en el mundo de Pablo

Reverso de moneda de Verspasiano donde aparece la diosa "Fides Publica"
Reverso de moneda de bronce de Vespasiano donde aparece la diosa Fides Publica S C. Fuente: El Landesmuseum Württemberg. Licencia: CC-BY-SA 4.0 Int.

Uno de los trabajos más importantes de la corriente actual de los estudios sobre Pablo, asociado al llamado “Pablo dentro del judaísmo”, se encuentra en el libro de Paula Fredriksen, publicado originalmente en inglés titulado Paul: The Pagans’ Apostle (en español publicado bajo el título Pablo el judío: Apóstol de los paganos). En él se resume el panorama de manera que podamos entender el mensaje de paulino. Antes de ella, Caroline Johnson Hodge había llegado a algunas de las mismas conclusiones.

El mundo de Pablo no era uno “monoteísta” sino una forma de henoteísmo, a saber, el megateísmo. Esto se refleja tanto en la literatura llamada “pagana” como en la “judía”. Tenemos textos de Qumrán que todavía hablaban del “concilio divino”, donde los ángeles eran los “hijos de Dios” (divinidades creadas por el gran dios Yahveh) o viceversa. Esto es reminiscente de la época en la que dicho gran dios, bajo la figura del dios cananeo El Elyon, dividió las naciones según el número de sus propios hijos o divinidades de segundo grado (Deuteronomio 32:8-9). Tras la fusión entre El y Yahveh, este último se convirtió en el padre de las divinidades, incluyendo el sol, la luna y los astros. Ellos eran adorados por los demás pueblos, pero no en la tierra perteneciente a Yahveh (Éxodo 6:3; Deuteronomio 4:19). Tras la desaparición de Atirat como la consorte de El y Asherah como la de Yahveh, los “hijos de Dios” se reconceptuaron como creación del gran dios para guardar el día, la noche, el transcurso de los astros y los planetas (Génesis 1:16:18). Tras ese acontecimiento, el ser humano, creado a imagen de los dioses, tuvo el encargo de cuidar la tierra, las plantas y los animales (Génesis 1:20).

Esta literatura persistía en el mundo judío durante su sumisión bajo los persas, ptolomeos, seléucidas, asmoneos (helenizados) y romanos. A pesar de dinámicas culturales que les identificaban frente a otros pueblos, ellos absorbieron aspectos de otras culturas y fueron adaptándose a nuevas situaciones.

Entre las tendencias noveles religiosas, una de ellas, fomentada por el platonismo, consistía en “trascendentalizar” al dios grande cada vez más, atribuyéndole características de omnibenevolencia, superpotencia, justicia, inmortalidad y una genuina eternidad frente a los demás dioses tradicionales. Ante este panorama, estos dioses pasaban a ser deidades de menor rango, cada vez más pequeñas y desprovistas de potencias ante el dios grande. Esto ocurrió no solo en el mundo judío, sino en muchos sectores del llamado “paganismo” grecorromano. Esto se puede ver en los casos del estoicismo, las filosofías peripatéticas, o el platonismo medio (caso más notable para nosotros, Filón de Alejandría).

Poco después de que los judíos fueran conquistados por los romanos, bajo las fuerzas de Cneo Pompeyo, se constituyó el gobierno del rey idumeo Herodes el Grande. Su familia fue forzada a judaizarse tras la conquista de los asmoneos del territorio idumeo, pero ahora fungía como rey vasallo de los romanos. Sin lugar a dudas, Herodes y sus hijos tuvieron un impacto significativo en la vida judía de la época. No solamente llevaron a cabo una obra faraónica con el templo de Jerusalén —llevando a cabo modificaciones helenísticas y romanas, pero respetando todo lo que se observaba en la Torah—, sino también haciendo grandes construcciones que integraban un estilo de vida más grecorromano: coliseos, templos dedicados a Augusto, un puerto y ciudad dedicados a Julio César (Cesarea Maritima), la construcción de un Herodión con arte grecorromano, etc. Sin hablar de que los judíos de la diáspora estaban ya integrados al imperio tras las diversas conquistas orientales, especialmente tras las Guerras Mitridáticas, la conquista de Oriente y Egipto (siglo I a.e.c.). Como ha podido documentar de manera excelente Katell Berthelot, la cultura romana afectó considerablemente el pensamiento religioso judío, hasta el punto de que adoptó algunos de sus aspectos en el rabinismo posterior.

Esto implica una integración a la visión romana de ver las cosas que, en muchos aspectos, era compatible con la cosmovisión judía descrita arriba. Para los romanos, la unidad que formaba la base de su sociedad era la familia, dominada por un paterfamilias que tenía una estirpe, sea resultado de un ancestro divinizado o del resultado de la mezcla de los dioses con los seres humanos. Ejemplo de este último caso era Julio César, cuya familia era descendiente del semidiós Eneas, cuya madre era la diosa Venus, y cuya descendencia fue la virgen vestal Rea Silvia, que fue forzada por el dios Marte, dando a luz a los semidioses Rómulo y Remo. Cada grupo familiar y las ethne se organizaban según la línea de “sangre de cada dios”. Cuando alguien se integraba a una familia mediante la adopción, la estirpe de dicha persona cambiaba sanguíneamente —no en sentido metafórico, sino literal— a la del dios familiar, de la gens y de la ethne.

La relación entre los grecorromanos tenía un componente de pistis (en griego) o fides (en latín) — términos que se traducen en nuestras Biblias como “fe”. Contrario a la impresión que dichas traducciones pueden dar, lo que estas palabras describen es una relación de confianza, lealtad o fidelidad. La traducción por “fe” es desafortunada, porque da la impresión de que se trata de “creer” en algo. En realidad, la relación de pistis o fides tenía poco o nada que ver con eso. Por ejemplo, un esclavo tenía una relación de fides con su amo, igual el cliente con su patrón. Lo mismo puede decirse de la relación de fides entre amigos o comerciantes. En todos estos contextos, este tipo de asociaciones suponían una fidelidad o lealtad, no “creencia en la existencia de algo o alguien”.

Es en este contexto que debemos entender la relación entre los seres humanos y los dioses. En la antigüedad, todo estaba infestado de dioses, con los que grupos de familias y ethne establecían lazos de pistis o fides. Esto se expresaba, no meramente con la creencia, sino con rituales específicos compartidos por los grupos familiares. La religión pública les requería a sus habitantes el sacrificio periódico a los dioses para “mantenerlos contentos” y así garantizar la prosperidad de la ciudad o del imperio. Hubo grados de dioses, desde el dios supremo, dioses de segundo grado y los daimones (deidades pequeñas que existían debajo de la esfera de la luna) hasta dioses terrenales, tales como los emperadores, reyes y otros. Ser súbdito o ciudadano del imperio implicaba una relación de fides con el emperador, máximo pontífice ante los dioses, especialmente el trío de Júpiter, Juno y Minerva, y con la deidad de la gran ciudad, la diosa Roma.

En el caso del judaísmo, los judíos no podían alegar descendencia directa sanguínea de Yahveh. Recordemos que este dios no tenía una consorte, sino que sus hijos —los dioses de las ethne— fueron creados por él. Sin embargo, ellos sí fueron adoptados por Dios como sus hijos. Encontramos en la Biblia Hebrea ciertos pasajes que indican que consideraba a Israel (a los judíos) como su hijo primogénito (Éxodo 4:22; Deuteronomio 14:1; Jeremías 31:9,20; Oseas 11:1). Es, en ese sentido, que los judíos llamaban a dios “Abba”, palabra aramea para “padre” (Deuteronomio 14:1; Isaías 63:16; 64:7; Jeremías 31:9; Malaquías 2:10). Por tanto, desde el contexto grecorromano, lo que definía su relación étnica con Yahveh era su relación de pistis o su fides con él. Esto se expresaba mediante la alianza de Yahveh con Abraham y con Israel mediante la Ley de Moisés, la Torah. La circuncisión era la señal de la pertenencia étnica a la estirpe de Abraham vía Isaac y Jacob (Israel), y la observancia de la Torah.

Más al punto, esta lealtad o fidelidad a Yahveh excluía la participación en cualquier culto a otro dios. Esto no impedía que los judíos de la diáspora rindieran algún tipo de reconocimiento a ciertos dioses familiares o de la ciudad. No obstante, no podían participar en los cultos a esos dioses, ni tener imágenes de ellos para fines de culto privado, ni comer carnes del mercado que fueron sacrificadas a ellos, ni participar en rituales familiares ajenos al judaísmo, ni romper con el kashrut o el sábado. En el caso del judaísmo, por gozar de antigüedad, los romanos permitían que los sacerdotes no celebraran sacrificios al emperador, pero sí solicitaban sacrificios a Yahveh para la prosperidad del Imperio. Esto no le cayó bien a los sectores apocalípticos, entre los que se encontraba el movimiento de Jesús.

Si entendemos todo esto, comprenderemos el enorme problema de hablar de un “Pablo prorromano”.

III. La fidelidad a Yahveh, no a Roma

A. El Mesías como superior al emperador

"Dios Todopoderoso" por Jan van Eyck
Dios Todopoderoso por Jan van Eyck (1432).

La literatura más temprana que tenemos del movimiento de Jesús proviene de las cartas de Pablo. Aparentemente, cuando escribió su epistolario, parece que existían varios proclamadores de algo llamado “euangelion” o “Buen Anuncio” (Gálatas 1:6,9). Uno de ellos era el de Pablo. Este no es un detalle menor en relación con nuestro tema, ya que, como muestra la inscripción del calendario de Priene, la palabra griega “euangelion” se asociaba explícitamente al emperador Augusto César. En ocasión de su cumpleaños, la inscripción se refería a él como “salvador” del mundo, como “dios”, como “enviado por la Providencia” y como el que “generó un bienestar en el mundo” (Evans 2000, 69).

Algunos de la asociación de Galacia tuvieron la impresión de que el Buen Anuncio paulino provenía de los emisarios anteriores a él. Al contrario, nos dice Pablo que SU Buen Anuncio no procedía de ninguno de ellos, sino del mismo Jesús resucitado (Gálatas 1:11-12). Como ha mostrado Steve Mason, la frase “ho euangelion” terminó asociándose muy fuertemente a Pablo, a tal nivel que en todo el Nuevo Testamento podemos ver el notable uso de este término, tanto en las cartas paulinas como en las pseudopaulinas (de 60 a 76 ocurrencias). Entre los evangelios, el término aparece más en el evangelio “más paulino” (por así decirlo), el Evangelio de Marcos, que en cualquier otro evangelio (Evangelio de Marcos – 7 ocurrencias; Mateo – 3; Lucas – 0 y Juan – 0).

Pablo suscribía en sus cartas una confesión, aparentemente de origen judeo o galileo (de idioma arameo), que afirmaba que Jesús había sido adoptado como hijo de Yahveh en el momento de la resurrección, y que había sido constituido como tal por acción del “pneuma de santidad” o el pneuma santo de Dios (Romanos 1:3-4). Una vez más, esto contrasta con Augusto, quien era considerado por la propaganda romana como “divi filius” o “hijo del divino”, es decir, el adoptado del divinizado Julio César. Cuando fue asesinado, decía el gran poeta Ovidio, se avistó un cometa en los cielos. Se interpretó como el alma de César que se había transmutado en spiritus (el equivalente a pneuma en latín) y se había elevado a los cielos a acompañar a los astros.

Moneda de César Augusto
Moneda de Augusto César. En el reverso, con las palabras “DIVUS IULIUS” (el divino Julio), y una representación del cometa interpretado como el alma de Julio César convertido en spiritus. Imagen cortesía del British Museum. Licencia: CC-BY-NC-SA 4.0 Int.

Los miembros del movimiento de Jesús, desde su judaísmo, afirmaron que cuando resucitó Jesús, por acción del pneuma, se había constituido hijo del Dios supremo: ocuparía un segundo puesto después de Dios, pero por encima de las demás deidades, incluyendo a Julio César, Augusto y los demás emperadores (Filipenses 2:6-11). El emperador, un “señor” del mundo, gobernaba al territorio romano, pero el Mesías ocupaba un lugar cuasi demiúrgico por el que todo persistía gracias a él. Como hijo del supremo dios, heredó el nombre que estaba sobre todo nombre (Kyrios) y se le dio toda potestad sobre los acontecimientos del universo. En palabras de Pablo:

Pues cuando existan los llamados dioses, bien del cielo o en la tierra, de modo que haya una multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesús el Mesías, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros (1 Corintios 8:5-6).

Aquí no termina el asunto con la superioridad del Mesías en relación con el emperador. De acuerdo con el primer documento jesuano que tenemos a nuestra disposición, 1 Tesalonicenses (ca. 51 e.c.), habría una “parousía del Señor”, es decir, un regreso del Mesías cuando bajara de los cielos. Las imágenes que utiliza —e.g. el toque de trompetas, el encuentro de los “levantados” con el Mesías, etc.— son muy reminiscentes a las parusías imperiales o de los gobernantes, como las de Tesalónica, en las que el emperador o dignatario llegaba a la ciudad, una delegación salía a su encuentro (apantesis) y era escoltado a su interior. En el caso del Mesías, los primeros en encontrarse con él (apantesis) serían los fieles que murieron en él (enterrados en las afueras de las ciudades), luego los vivos (dentro de las ciudades), y serían elevados verticalmente al encuentro del Mesías para escoltarlo hacia la tierra (1 Tes. 4:11-18; Ehrman 2023, cap. 1, secc. “The Rapture in Scripture?”; Gillman, Beavis y Kim-Cragg 2016, “1 Thessalonians 4”; Nasrallah 2005, 500; Weima 2014, 333-334). En otras palabras, contrario a lo que sucedía con los emperadores, este recibimiento implicaría un suceso milagroso de escala mundial en el que los fieles resucitarían, transformarían sus cuerpos carnales a pneumáticos (divinizados) y, de esa manera, estarían lo suficientemente ligeros para volar en un “arrebato” hacia el cielo a recibir al Mesías. Posterior a la destrucción de todos los enemigos terrestres y celestes, los fieles habitarían con el Mesías en el cielo estrellado (ouranos), un privilegio que sería superior al de los emperadores romanos y Julio César, porque estarían en la compañía del gran Señor (1 Tesalonicenses 4:17; 1 Corintios 15:35-53).

B. La fidelidad de los paganos del movimiento de Jesús

"Pablo y Bernabé en Listra" por Nicolaes Pieterszoon Berchem (1650)
Pablo y Bernabé en Listra por Nicolaes Pieterszoon Berchem (1650).

Pablo se presentaba a sí mismo como un profeta similar a Jeremías, que desde el vientre de su madre, fue llamado para predicar su Buen Anuncio a los paganos (Gálatas 1:15; ver Jeremías 1:5). Para él, la promesa de Dios a Abrahán se cumpliría: Abrahán tendría hijos de las múltiples ethne o “naciones”. Esto se debe gracias a la fidelidad que mostró ante Yahveh (Romanos 4:18-25; ver Génesis 17:4). Esta es la misma confianza y fidelidad que mostró Jesús durante su vida, siendo premiado como el Hijo de Dios en el cielo (Romanos 3:22; Filipenses 2:6-11). De esa manera, Jesús, fiel hasta la muerte, se convirtió en el modelo a seguir para todos los fieles que quisieran salvarse y estar con él para siempre en el cielo estrellado.

Hacía falta algo para que esta predicción se cumpliera. Según Pablo, la fidelidad de los judíos les exigiría cumplir con la Torah. Pero la muerte del Mesías les abrió las puertas a los paganos para ser descendientes de Abrahán e hijos adoptados de Dios. Con el propósito de acelerar la llegada del Señor, la alianza con los paganos (expaganos) les eximiría de ciertas observancias postuladas por la Torah (las llamadas “obras de la Torah”), a saber, la circuncisión, el kashrut y el sábado. No obstante eso, no quedaban exentos de observar el decálogo, con la excepción de la observancia del sábado (Romanos 2:12, 21-22; 1 Corintios 7:17-24). Debido al elemento de la confianza o fidelidad común entre judíos y paganos, ante el Mesías ya no existía distinción entre ambos grupos: ambos eran hijos de Dios con la misma dignidad y coherederos del Mesías de la gloria celestial (Romanos 9-11).

El bautismo y la participación de la Cena les permitirían a los paganos participar corporal y pneumáticamente con el Mesías, formando parte de su cuerpo como miembro de la asamblea. Al hacerse hijos de Dios, transformados por el pneuma santo, podían llamar a su padre con el término arameo “Abba” (Gálatas 4:4-7; Romanos 8:12-17).

Ahora bien, es bien importante enfatizar el significado político que esto conllevaba. Según el mensaje paulino, ser miembros de una asamblea del movimiento de Jesús implicaba romper con los lazos de pistis o fides con la familia y su línea ancestral a un dios. El recibir el pneuma divino implicaba tener una nueva línea ancestral con el dios supremo, que, según el jesuanismo, era el dios hebreo Yahveh… NO la diosa Roma, NO la tríada Júpiter, Juno y Minerva, NO los dioses de la ciudad, NI tampoco el emperador.

Tenemos muy buenos indicios de que, definitivamente, esto se convirtió en un problema muy serio para los miembros paganos del movimiento de Jesús. Podemos percatarnos de ello en los evangelios, compuestos posteriores a Pablo, la mención de las siguientes palabras atribuidas a Jesús:

Y todo aquel que por mi nombre haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre y madre, hijos y tierras, lo recibirá centuplicado y heredará la vida eterna (Mateo 19:29).

No piensen que vine a traer paz en la tierra; no he venido a traer paz, sino espada; porque vine a enfrentar al hombre ‘con su padre y a la hija con su madre, y a la nuera con su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa’. El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que ama a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí, y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí (Mateo 10:34-37).

Otro de los alumnos le dijo:
—Señor, permíteme primero que vaya a enterrar a mi padre.
Jesús le dijo:
—Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos (Mateo 8:21-22).

Si uno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser mi alumno (Lucas 14:26).

Estos pasajes no están en los evangelios meramente porque los autores deseaban reportar lo que Jesús dijo en un momento dado. Independientemente de si estos dichos son históricos o no, lo que está claro es que su presencia durante el periodo evangélico (ca. 70-130 e.c.) —y recordemos que estos escritos fueron publicados en griego— indica que para los paganos del movimiento de Jesús, esto conllevó unos procesos muy dolorosos de rompimiento y marginación por parte de sus grupos familiares. Estos nuevos fieles no podían rendirles culto a sus dioses familiares, no podían participar de los ritos, ni compartir la comida con ellos (por ser comida sacrificada a los daimones), no fuera que su pneuma se contaminara con ello.

Y el quebrantamiento con los dioses de la ciudad también fue palpable en el imperio. Nos llega de Plinio el Joven una carta al emperador Trajano en torno a la manera en que los cristianos de Bitinia-Ponto estaban comenzando a afectar el mercado de carne y notaba una significativa reducción de sacrificios para fines públicos (Plinio Cartas 10:96-97).

Más aún, Hechos de Apóstoles —texto de dudosa credibilidad— nos informa que Pablo era ciudadano romano (Hechos 16:37;22:38). A pesar de que muchas personas le dan crédito a este dato, esto es implícitamente contradicho por las mismas cartas paulinas, donde el emisario reporta haber recibido numerosos azotes y apaleamientos (2 Corintios 11:23-25). La Lex Valeria prohibía los azotes a ciudadanos romanos sin consentimiento público, y la Lex Porcia explícitamente prohibía sus apaleamientos.

Lo que resulta interesante, es que Pablo sí hablaba de otra ciudadanía.

Pero nuestra ciudadanía está en el cielo, de donde esperamos como salvador al Señor Jesús, el Mesías; el cual transfigurará este cuerpo miserable, conformándolo al suyo glorioso, según el poder con que se puede someter a sí todas las cosas (Filipenses 3:20-21, mi énfasis).

Resumamos: Pablo colocaba a Jesús Mesías crucificado por encima del emperador. Esto implica que establecía a un culpable por sedición derrotado por Roma de la manera más humillante posible mediante un castigo romano como alguien más poderoso que el mismo emperador. Predicó un Buen Anuncio que competía con el del emperador. Aconsejaba romper con los lazos de pistis o fides con la familia (la unidad fundamental de la sociedad romana), con los dioses públicos, con los dioses de Roma (daimones o dioses diminutos), incluyendo el culto al emperador. Además, se veía a sí mismo y a sus seguidores como ciudadanos celestes, hecho del cual las personas jesuanas de bajos estratos (esclavos y libres, judíos y griegos, varones y mujeres) iban a gozar del mismo glorioso destino de los miembros de las más insignes élites como Julio César, o tal vez más que eso. Presumiblemente, esta ciudadanía sería superior a la ciudadanía romana.

Este NO es el Buen Anuncio de un prorromano.

Continuaremos…

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