
Índice de contenido
- Índice de contenido
- A. Introducción
- B. Trasfondo histórico
- 3. La Reforma Protestante y la Contrarreforma Católica
- C. El caso de Giordano Bruno
- D. Conclusiones y reflexiones finales
- Referencias
A. Introducción
En el imaginario popular, especialmente el cibernético, Giordano Bruno se ha convertido en un “mártir de las ciencias”.
No cesan de circular por las redes las ilustraciones de este “mártir”, refiriéndose a las famosas acusaciones que le llevaron a la hoguera. Da la impresión, de que la Iglesia condenó a Bruno por estar demasiado adelantado científicamente a su época.


Cada cierto tiempo, memes como estos dos circulan, haciendo un énfasis en las siguientes afirmaciones de Bruno como el causal de su condena por parte de la Inquisición:
- Las estrellas son soles distantes.
- Estos soles podrían tener sus propios planetas.
- Estos planetas podrían albergar vida.
- El copernicanismo y el heliocentrismo.
Estas eran supuestamente las razones por las que la Iglesia condenó a Bruno a la hoguera. ¿Será esto verdad?
Exploremos este asunto.
B. Trasfondo histórico
1. ¿Oscureció el cristianismo la Edad Media?

Una de las cuestiones históricas en las que actualmente hay … no una distancia … sino una ignorancia abismal a nivel popular sobre la relación entre la religión y las ciencias en cuanto al Medioevo. Es más, la ejecución misma de Giordano Bruno se utiliza precisamente para fomentar la perspectiva de que “la religión siempre estuvo en contra de las ciencias”, o que “el cristianismo siempre ha sido enemigo de las ciencias”. O, peor: “la Iglesia Católica persiguió y torturó a los científicos”. A esto se conoce como la Tesis del Conflicto. Hay hasta libros humanistas que promueven este tipo de mala información de manera extrema. Por ejemplo, Andrew Copson y la antropóloga Alice Roberts, en su maravilloso, extraordinario y hermoso libro sobre la cosmovisión humanista, desgraciadamente incluyen un pedo mental como el siguiente:
Cuando la ciencia era una bebé, la religión buscó estrangularla desde la cuna (Copson y Roberts 2020, mi traducción).
Como humanista, se me quería caer la cara de vergüenza.
Pero los lectores lo asienten debido a que es un público condicionado, incluso desde la academia, a pensar que “la ciencia y la religión siempre o la mayoría de las veces fueron enemigas”. El esmog de repeticiones de falsedades, medias verdades y retroproyecciones al Medioevo de acontecimientos renacentistas no le permite a la gente conocer los estudios más recientes de expertos en la Edad Media a nivel mundial.
Persiste el mito de la Edad Media como “la Edad Oscura”, como una época tenebrosa en la que gobernaba la Iglesia y que, gracias a ella, cayó el Imperio Romano y la gente permaneció en la más profunda ignorancia y superstición.
No solamente los historiadores actuales rechazan abrumadoramente esta caracterización. Para contrarrestar esta opinión pública, ellos y los divulgadores de la historia a veces publican libros o documentales sobre “La Era de la Luz” (por ejemplo, el libro de Seb Falk, el episodio sobre “El filósofo” de la docuserie de Terry Jones en torno a la vida medieval, o la preciosa docuserie de Waldemar Januszczak). El portal de Historiae ha dedicado vídeos a este tema para desmitificar la idea de la Edad Media como la Era Oscura. Igual hace Miguel de Lys en su excelente video sobre este punto. Varios historiadores de renombre mundial han escrito libros de ensayos destinados al público y a otros académicos precisamente para desmitificar cosas tales como: que Galileo fue enviado a la cárcel y torturado, que la Iglesia prohibía la disección de cadáveres, que en el Medioevo se enseñaba que la Tierra era plana, etc.


Lo mismo puede decirse del mundo islámico, ya que hoy día prevalecen muchas malas concepciones en torno al desarrollo de las ciencias y del pensamiento filosófico en ese ámbito durante el Medioevo. Por comunicación, muchos de estos avances contribuyeron a nutrir el pensamiento filosófico en las universidades cristianas durante esta época.

Y para dejar clara la posición actual de los historiadores del Medioevo en torno al desarrollo científico (o de la filosofía natural de la época), cito a Michael H. Shank:
John Heilbron, que no es apologista para el Vaticano, acertó cuando comenzó su libro The Sun in the Church con las siguientes palabras: “La Iglesia Católica Romana le dio más soporte financiero al estudio de la astronomía durante seis siglos, desde la recuperación del conocimiento antiguo de la Edad Media tardía hasta la Ilustración, más que cualquier otra, y probablemente toda, institución”. El punto de Heilbron puede ser generalizado más allá de la astronomía. Poniéndolo de manera sucinta, el periodo medieval dio a luz a la universidad, que se desarrolló con el apoyo activo del papado… Cerca del 30 por ciento del currículo universitario medieval cubría temas y textos concernientes al mundo natural. Esto no era un desarrollo trivial… Docenas de universidades introdujeron grandes números de estudiantes a la geometría euclidiana, la óptica, los problemas de generación y reproducción, los rudimentos de la astronomía, y los argumentos de la esfericidad de la Tierra (Shank 2009, mi traducción).
Si esto es así, entonces no tenemos un panorama en el que “la religión quiso estrangular a las ciencias”, sino que la religión la vio nacer, le dio de comer, le dio sus áreas de aprendizaje y experimentación hasta que se volvió adulta. Esta es la realidad histórica, por más que le pese a mucha gente que quiere persistir en actitudes anticristianas, especialmente a mis amigos ateos, agnósticos, humanistas y librepensadores.
Por estas y otras muchas razones, la inmensa mayoría de los historiadores actuales especialistas en estos temas han abandonado el paradigma de ciencias vs. religión desde hace décadas.
Representaciones medievales de la redondez de la Tierra
Debido a que cierto dueño de una academia de certificados en línea afirmaba que “hace 500 años todo el mundo pensaba que la Tierra era plana”, dejo aquí estas ilustraciones medievales o representaciones de la literatura medieval (como La divina comedia de Dante).

2. La cosmología medieval y renacentista

Contrario a lo que mucha gente piensa, fue en el seno medieval donde se comenzó a cuestionar el modelo cosmológico prevaleciente de la época, el de Ptolomeo. Esto se debía al desarrollo de la astronomía y la fase embrionaria de la ciencia moderna, cuando se emplearon mejores cálculos matemáticos para contrastarlos con las observaciones celestes. Al paso del tiempo, y aun cuando se hicieron modificaciones a la propuesta, el modelo estaba perdiendo valor predictivo. Por ende, empezaron a proponerse algunas alternativas durante el final del Medioevo y el Renacimiento. Pero aun siglos antes, en los siglos XII y XIII, ya existía una convicción de que estos modelos eran instrumentos matemáticos de predicción, pero que no siempre reflejaban los hechos, y que era posible que la realidad fuera muy distinta a todas estas sugerencias teóricas. Tomen, por ejemplo, lo que afirmaba Tomás de Aquino en su Suma de teología:
La razón interviene de dos maneras para explicar algo. 1) Una, para demostrar suficientemente algún fundamento; como en las ciencias naturales, prueba suficientemente que el movimiento del cielo mantiene siempre una velocidad uniforme. 2) Otra, no para demostrar suficientemente algún fundamento, sino para que una vez demostrado, pruebe los efectos que le siguen; como, por ejemplo, en astrología, establecidos los excéntricos y los epiciclos, son explicables las manifestaciones del movimiento en el firmamento. Sin embargo, estas suposiciones no son pruebas demostrativas, ya que, establecida otra hipótesis, pueden darse otras explicaciones (Tomás de Aquino, Suma de teología, C.32, a.1, ad. 2, mi énfasis).
Uno de los primeros modelos fue el sugerido por Nicolás de Cusa, en su libro De docta ignorantia (1440), que postulaba un universo en el que la Tierra se movía, que no quedaba en el centro y en el que sostenía que el mundo no estaba limitado, —aunque negó que fuera “infinito”. Este pensamiento era más teológico y filosófico que científico. De Cusa no se basó en una crítica científica a modelos cosmológicos anteriores, aunque sí estaba familiarizado con ellos. Por otro lado, de Cusa no se expresa de manera clara, factor que hace que estudiosos de su obra interpreten su cosmología de distintas maneras. Aun cuando no podemos decir que esta cosmología sea propiamente científica, sí fue un primer paso para considerar varias opciones.
El que continuó con esta tendencia fue Celio Calcagnini de Ferrara; con su ensayo “Quod Coelum stet, Terra autem moveatur”, postuló que la Tierra efectivamente estaba en movimiento. Ni de Cusa ni Calcagnini fueron perseguidos o silenciados por la Iglesia. Al contrario, sus propuestas se vieron como “hipótesis”, que en esta época significaba una posibilidad que no había sido demostrada ni podía considerarse certera.
Otra de las varias “hipótesis” cosmológicas fue la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico. Contrario a lo que típicamente se suele decir, ni Copérnico fue perseguido por su propuesta ni publicó su obra al final, cuando estaba a punto de morir, por miedo a la Iglesia. Todo esto no pasa de ser una leyenda urbana. Como sucede con muchas de estas falsedades, esta nace en el siglo XIX, específicamente de una obra por Andrew Dickson White, uno de los que forjó la Tesis del Conflicto. A la gente se le olvida que Copérnico era muy cercano a la Iglesia, y, desde su posición de canónigo, estaba pendiente de discusiones de la filosofía natural (la ciencia de la época) en cuanto a los modelos cosmológicos. La razón de la formulación del heliocentrismo era la insatisfacción —compartida por muchos de sus colegas— en torno al prevaleciente ptolemaico. Ya para 1514 —muchísimo tiempo antes de su muerte—, Copérnico resumió sus ideas del heliocentrismo en la obra De hypothesibus motuum coelestium a se constitutis commentariolus, la que hizo disponible a sus colegas y amigos sin ningún tipo de represalia por parte de la Iglesia. Copérnico la discutió abiertamente con docentes de la época y refinó mejor su “hipótesis” por décadas hasta la publicación de su obra, De revolutionibus orbium coelestium, en 1543.
No solo eso, sino que un teólogo llamado Johann Albrecht Widmanstadt hizo una presentación sobre el copernicanismo ante el papa Clemente VII, quien expresó sumo interés —en el sentido positivo del término—, y varios otros miembros destacados del clero. ¿Lo condenaron? No. Tiempo después de esta presentación, en una carta fechada el 1 de noviembre de 1536, el cardenal Nikolaus von Schönberg le pidió a Copérnico publicar un libro al respecto. Cuando finalmente se publicó De revolutionibus, Copérnico se lo dedicó al papa Pablo III, el sucesor de Clemente VII.
Por supuesto, muchos de ustedes deben estar confundidos y se preguntarán: “Si la Iglesia estaba tan abierta a estas hipótesis cosmológicas, ¿por qué condenó a Bruno a la hoguera?”
Nos falta un elemento adicional para comprender a la Iglesia y lo que ocurrió con Bruno en esta época.
3. La Reforma protestante y la contrarreforma católica

Copérnico vivió en una época donde la Iglesia sí comenzaría a enfrentar serias dificultades, no por parte de las ciencias, sino por la religión misma. Durante el siglo XIV y a comienzos del siglo XV, ya Jan Hus y John Wycliffe habían comenzado algún movimiento reformador que antecedió a lo que hoy llamamos Reforma Protestante, iniciada por Martín Lutero. Esto no era meramente una amenaza de pérdida de autoridad religiosa, sino que también fue una pérdida política. Recordemos que en esta época no existía la separación de Iglesia y Estado. Muchas naciones, por diversas razones, aprovechando la onda protestante, se disociarían del catolicismo romano y se fragmentaría Europa mediante guerras religiosas debido a esto.
Para reafirmar su autoridad, en la Iglesia se dio un proceso conocido como la Contrarreforma. Durante este tiempo, la Iglesia inició y ejecutó todo un programa de reformas internas, fijación doctrinal y promoción cultural que girara en torno al catolicismo. Contrario a lo que mucha gente piensa, durante esta época, el catolicismo no se retractó de las ciencias, sino que más bien redobló sus esfuerzos para presentarse como una autoridad intelectual superior a la de las denominaciones protestantes que se habían formado. Una de las iniciativas de este proceso fue la creación del Observatorio Gregoriano, que jugó un rol a la hora de revisar el calendario juliano en lo que conocemos hoy como el calendario gregoriano. A su vez, fundó la Universidad Gregoriana, institución académica que persiste hoy día como un centro intelectual importante a nivel mundial. Otro de los impulsos, específicamente desde el siglo XVII, fue la innovación en el arte, la arquitectura, la literatura y la música para fomentar la devoción católica. En tal caso, la Iglesia se volvió patrona de notables artistas, músicos y arquitectos que dejaron para la historia todo ese tesoro que hoy conocemos como el barroco. Luego, dentro del ámbito de esta competencia artística entre religiones, el protestantismo haría lo propio con el barroco, especialmente en la arquitectura y la música.
El evento más importante de este proceso de contrarreforma fue el Concilio de Trento, que duró del año 1545 a 1563. Este concilio fijó por primera vez el canon de la Biblia para el universo de comunidades católicas en el mundo. También se encargó de la debida educación teológica de los futuros sacerdotes, mientras que se aseguró de que los intérpretes de las Escrituras estuvieran debidamente formados para ello. Además, la Iglesia se sirvió de la orden de la Compañía de Jesús (los jesuitas), fundada por Ignacio de Loyola, entre otras organizaciones católicas, para la defensa intelectual de la fe. Asimismo, afianzó la defensa del dogma del purgatorio, las indulgencias, la primacía papal, la doctrina de la transustanciación, la maternidad divina de María, la madre de Jesús, entre otros dogmas. Este punto es bien importante para nuestra discusión. A su vez, la Iglesia junto a algunos gobiernos seculares fortalecieron los tribunales de la Inquisición con el fin de velar más rigurosamente la observancia de la fe. Finalmente, se creó la Sagrada Congregación para el Índice que juzgaba si algunos libros podían clasificarse como heréticos para incluirlos en el infame Index Librorum Prohibitorum (Índice de Libros Prohibidos).
En esta etapa, nos encontramos con una Iglesia muy preocupada por la pérdida de poder religioso y político que conllevaba la Reforma Protestante.
C. El caso de Giordano Bruno

1. Aspectos biográficos de Bruno
Giordano Bruno nació en 1548, cuando todo este asunto en relación con la Reforma y la Contrarreforma estaba en pura colisión en Europa. Fue educado en un monasterio agustino en sus primeras etapas educativas. Luego, a una edad de 17 años, se hizo miembro de la orden dominica en el monasterio de San Domenico Maggiore en Nápoles y, posteriormente, se ordenó sacerdote a los 24 años.
A pesar de su popularidad por su capacidad de recordar mediante técnicas mnemónicas, tenía una tendencia a leer libros que habían sido prohibidos por la Iglesia, tales como los libros de Erasmo de Róterdam. También hizo conocer a sus allegados opiniones claramente heréticas. Por ejemplo, rechazó el dogma definido en el Concilio de Nicea (325 e.c.) y se expresó de manera favorable a la llamada “herejía arriana”.
Tras salir de Nápoles, anduvo por distintos lugares de Italia, Francia, Inglaterra y Alemania, donde se mantuvo bajo la protección y patrocinio de diversas figuras de la nobleza y la aristocracia regionales. También consiguió muy temporeramente distintos puestos de docencia en algunas instituciones académicas, aunque eso conllevó choques con católicos y protestantes, llevándole cada vez a mayores problemas. Además, publicó algunas obras suyas, entre las que se encuentran:
- La cena de le ceneri (La cena de las cenizas) de 1584.
- De la causa, principio et uno (Sobre causa, principio y unidad) de 1584.
- De l’infinito, universo et mondi (Del infinito, el universo y el mundo) de 1584.
- Lo spaccio de la bestia trionfante (La expulsión de la bestia triunfante) de 1584.
- De gli eroici furori (Los furores heroicos) de 1585
Estas no fueron las únicas publicaciones de Bruno, pero para nuestros fines, bastarán para la discusión en las próximas secciones. En fin, será en La cena de le ceneri y en De l’infinito, universo et mondi que Bruno expondría con detalles su visión del universo. Veamos.
2. La cosmología de Bruno

Bruno se familiarizó con la filosofía natural de Copérnico, pero también leyó a Nicolás de Cusa, y tuvo en cuenta la filosofía de Lucrecio. Al final, haría una mezcolanza de los tres de una manera teológicamente hermosa, pero incoherente.
Por ejemplo, él basaba su convicción de que el mundo era infinito en la obra de Nicolás de Cusa —aunque parece haber hecho una mala lectura de su texto—. También rechazaba la idea de una Tierra inmóvil, como lo hacían de Cusa y Copérnico, descartando así la cosmología ptolemaica. Decía Bruno:
… el mundo es infinito y, por tanto, no hay en él ningún cuerpo al que le corresponda simpliciter estar en el centro o sobre el centro o en la periferia o entre ambos extremos [del mundo] (Koyré 1979, 42).
En un mundo infinito no puede haber centro. El Creador que formó el universo es infinito, y como tal, su creación debe ser infinita como es su ser. No hay razón alguna por la que Dios debiera crear un universo corpóreo finito, con estrellas de número finito. En De l’infinito universo e mondi dice:
Hay un único espacio general, una única y vasta inmensidad que podemos libremente denominar Vacío: en él hay innumerables globos como este en el que vivimos y crecemos; declaramos que este espacio es infinito, puesto que ni la razón, ni la conveniencia, ni la percepción de los sentidos o la naturaleza le asignan un límite. En efecto, no hay razón ni defecto de las dotes de la naturaleza, de potencia activa y pasiva, que obstaculicen la existencia de otros mundos en un espacio que posee un carácter natural idéntico al de nuestro propio espacio, que está lleno por todas partes de materia o, cuanto menos, de éter (Koyré 1979, 43).
Esta localización del ser humano en una Tierra que se encuentra en un espacio infinito, dice Bruno, operará según su prejuicio de que la Tierra es el centro del universo. Pero, dada la infinitud del universo, los demás cuerpos que se encuentran en este ámbito infinito también podrían tomarse válidamente como centros cósmicos.
Nos dice él que Dios se autoexpresa en un proceso de creación infinita: no en una sola Tierra, sino más bien en una infinitud de mundos. No en un sol, sino en infinitos soles. El cosmos copernicano en el que la Tierra giraba en torno al sol estaba a su vez rodeado por una infinitud de mundos semejantes: con soles cuyos planetas orbitaban alrededor de ellos, y a su vez estos planetas, con habitantes como los que tiene la Tierra. Estos soles y planetas tenían almas y eran dinámicamente regidos por fuerzas espirituales que los hacían organismos, perspectiva reminiscente a la del Timeo de Platón, que caracterizaba al cosmos como un ser viviente. Para él, este universo se destacaba por el dinamismo y la continua mutabilidad, a sus ojos, un signo de perfección.
Este espacio cósmico en el que toda esta dinámica se da es en todas partes homogéneo, y no hay razón alguna para que sea cerrado, como pensaba Aristóteles. Es imposible plantear el límite del universo sin imaginar unos cuerpos al otro lado de ese límite, o que el cosmos limitado quede en medio de ningún lugar. Si se estirara la mano más allá de la esfera cósmica, y esta no quedara en ningún lugar, se caería en el absurdo de afirmar que la mano no ocuparía posición alguna en ningún sitio o espacio. Por tanto, tras ese límite, tiene que haber también espacio, aunque esté lleno de “éter”. En consecuencia, el universo no puede considerarse cerrado, sino abierto, sin que Dios prefiera un punto del espacio aquí o allá, sino que igualmente está activo creando mundos en todo lugar dentro de la inmensidad de todo el universo.
Para Bruno, estas verdades van más allá de toda experiencia sensible, ya que el cuerpo no puede percibir lo infinito. Ergo, no se puede pretender obtener conocimiento a partir de nuestras percepciones, que son ciertamente muy limitadas y, peor, nos inducen a errores. Estas verdades solamente pueden alcanzarse mediante el intelecto, la mente.
Después de toda exposición, ustedes se preguntarán… “¡Pero Bruno era científico! Lo que hemos visto son puras especulaciones. ¿Dónde están los cálculos celestes? ¿La evidencia empírica? ¿El cúmulo de datos? … es decir… prácticas de la filosofía natural de la época”. Pues, estas brillan por su ausencia. Como diría el filósofo e historiador de las ciencias Alexandre Koyré:
Giordano Bruno, lamento decirlo, no es muy buen filósofo. La fusión de Nicolás de Cusa con Lucrecio no produce una mezcla muy consistente y aunque, como he dicho, su tratamiento de las objeciones clásicas contra el movimiento de la Tierra es bastante bueno… con todo es un científico muy pobre, no entiende las matemáticas y su concepción de los movimientos celestes resulta un tanto extraña…. De hecho, la visión del mundo de Bruno es vitalista, mágica; sus planetas son seres animados que se mueven libremente a través del espacio según su propio entender, a la manera de los de Platón y Pattrizzi. La de Bruno no es en absoluto una mentalidad moderna (Koyré 1979, 55, mi énfasis).
Extraño para los superfanáticos de Bruno, la vía por la que él llegó a su visión cosmológica la consideraríamos en el mejor de los casos extremadamente especulativa, y en otras, actualmente, la veríamos como pseudocientífica —así también se le vio en su época, como carente de fundamento en la filosofía natural—. Bruno empleaba las nociones matemáticas como los números y la geometría, no como maneras de descubrir relaciones espaciales entre objetos y su dinámica, sino para fines mágicos, místicos, herméticos, cabalísticos y alquímicos. Es más, para él, no debía explorarse el universo empleando las matemáticas. Y para colmo de males, él explícitamente rechazaba el uso de la percepción como fundamento para el conocimiento del mundo y del universo. ¿Se acuerdan de que, para él, los sentidos nos engañan?
En otras palabras, más que un científico, muchas posturas de Bruno podrían catalogarse de anticientíficas. Sus elucubraciones lo llevaron accidentalmente a una cosmovisión muy cercana a la realidad, pero no tenía bases científicas para sostenerla.
No obstante esto, mantener esta cosmovisión per se, aunque aparezca entre los cargos de la Inquisición, no explica la condena a la hoguera. Como hemos visto, en esa etapa de la historia, la Iglesia no tenía problema alguno con discusiones cosmológicas en torno a diversas alternativas al modelo ptolemaico de la época. Es más, contrario a lo que mucha gente cree, Bruno no fue el primero ni el último en hablar de múltiples mundos con posibles seres vivientes semejantes a los de la Tierra. Por ejemplo, Nicole Oresme, filósofo y científico del siglo XIV, afirmaba que la omnipotencia divina no podía excluir la posibilidad de la existencia de otros mundos, pero no lo afirmaba como un hecho. El filósofo John Major, quien vivió entre los siglos XV y XVI, tomó como hecho que hubiera vida en algún otro mundo. Sin embargo, Bruno mismo nos dice que él tomó la idea de múltiples mundos y de extraterrestres de… Nicolás de Cusa, quien nunca fue denunciado por la Iglesia. Es más, ocho años después de haber publicado De docta ignorantia, aun con sus comentarios en torno a la existencia de vida fuera de la Tierra, el filósofo fue ascendido en la jerarquía de la iglesia a cardenal (Crowe 2012, 8).
3. El proceso de la Inquisición y ejecución

Al final de sus travesías por Europa, terminó siendo tutor de Giovanni Mocenigo, un destacado patricio veneciano que quería aprender de Bruno las artes mnemónicas para memorizar mejor. Durante su tutoría, supuestamente se escandalizó cuando Bruno le hizo saber algunas de sus ideas “heréticas”, lo que impulsó a Mocenigo a denunciarlo a la Inquisición veneciana.
Bruno fue arrestado y comenzó su proceso inquisitorial en 1593. Al comienzo, hubo un total de 103 cargos que el tribunal investigó. Al final del proceso, en 1599, solo tuvieron en cuenta ocho de los más importantes. Desgraciadamente, no sabemos cuáles fueron estos cargos por los que se le declaró culpable. Sí podemos decir, con base en el testimonio del luterano Gaspar Shopp, que la denuncia de “la pluralidad de los mundos” figuró entre ellas, ya que el cardenal Robert Belarmino le pidió que se retractara de esa posición. Sin embargo, tras una cualificación de su testimonio, parece que la denuncia de la no creencia en la transustanciación pudo haber tenido un rol más importante. Tim O’Neill afirma que, siendo luterano, Shopp probablemente procuró alejar la denuncia en cuanto a la transustanciación —los luteranos eran contrarios a dicho dogma de fe— de Giordano Bruno y enfatizó más el asunto de los mundos múltiples. Otras acusaciones incluían la blasfemia en cuanto a ciertos dogmas de fe (O’Neill 2017).
La pregunta ahora es, ¿qué fue lo que hizo que la Iglesia cambiara de parecer en cuanto a la idea de múltiples mundos, al menos en cuanto a amenaza de fe? Queremos recordar, que esta es una época en la que la Iglesia estaba paranoica por razón de los movimientos protestantes y los conflictos que habían causado en toda Europa. Ahora bien, acordémonos de algunas de sus ideas, según declaró Mocenigo para fines del arresto de Bruno (White 2002, 107-112):
- Bruno llegó a profesar el arrianismo, y negó el dogma adoptado por el Concilio de Nicea.
- Esto significa que negó la divinidad de Cristo y el dogma de la Trinidad.
- Ergo, negó la maternidad divina de María.
- Sostenía la idea de la transmigración de las almas.
- Sabemos que Bruno negó el dogma de la transubstanciación.
- Sostuvo un punto de vista panteísta de Dios y el cosmos.
- Practicaba la magia y la adivinación.
Aparentemente, la adopción del modelo copernicano no figuró en ninguna de las acusaciones.
Por supuesto, los historiadores sospechan que muchos de los alegatos mencionados por Mocenigo son una mezcla de hechos y fantasías. No obstante este detalle, las andadas de Bruno por toda Europa y sus publicaciones se pudieron haber visto como otra potencial movida social de ruptura contra la Iglesia. Mocenigo precisamente declaró que Bruno quería crear una secta que sostuviera sus creencias personales (White 2002, 110-112). El factor de la negación de la transustanciación lo asoció con el protestantismo de la época. La relación cordial momentánea con la reina Isabel I —cuando estuvo en Inglaterra— tampoco le ayudó a desvincularlo del tentativo pensamiento protestante.
Lo más probable es que, para los inquisidores, la cosmología de Bruno estuviera atada a sus perspectivas teológicas heterodoxas. Asimismo, como ya hemos establecido, la idea de Bruno en cuanto a los múltiples mundos no tenía soporte científico alguno y él la proclamaba, no como una “hipótesis” (en el sentido de la época), sino como una “teoría”, es decir, como algo bien establecido con certeza científica. Para fines del tribunal, la cosmología teológica, en calidad de “verdad”, no podía sostenerse de manera alguna.
Aunque no tenemos testigos de torturas durante los seis años que estuvo en la cárcel —probablemente por falta de documentos— tenemos relativa seguridad de que pasó por ese proceso. Y a pesar de que inicialmente Bruno afirmaba estar en línea con la fe católica, cuando, en el proceso final de 1599, se le preguntó sobre los ocho cargos de herejía, él afirmó ante el tribunal que no iba a retirar sus perspectivas. Y ya saben lo que eso conllevó… sin hablar de que sus libros se añadieron en el Índice de Libros Prohibidos.

D. Conclusiones y reflexiones finales
Como podemos ver, si queremos comprender lo que ocurrió con Giordano Bruno, no podemos acogernos al paradigma —obsoleto en la historiografía actual— de la “ciencia vs. la religión”. Bruno nunca fue científico y desdeñaba todo el acercamiento a las bases de la dinámica científica cimentadas desde la Edad Media. Si este es el caso, no se puede decir que era un “mártir de las ciencias”. Tampoco era un paladín de la “racionalidad” ni un héroe del “libre pensamiento” en el sentido contemporáneo del término. En cambio, la Iglesia, que sí promovía las ciencias activamente, tampoco reprimió a Bruno porque quería ocultar alguna “verdad científica” inconveniente.
A esto hay que añadir tres cosas importantes:
- Se debe destacar que nada de esto justifica éticamente lo que hicieron la Inquisición veneciana ni el Vaticano. Los tribunales de la Inquisición en sus diversas versiones (papal, veneciana, española, etc.) llevaron a cabo procedimientos que hoy día se ven como violaciones de derechos humanos básicos de un sistema de derechos.
- Los sucesos relacionados con el proceso y ejecución de Giordano Bruno nos hacen apreciar la importancia de la valoración de cada persona, y su respeto integral incluye la libertad de sostener la cosmovisión que se desee, siempre y cuando no cause daño indebido a los demás.
- Bruno fue admirable cuando, tras seis años de cárcel y posibles torturas, se enfrentó a la Inquisición negándose a retirar sus opiniones heterodoxas.
Sin embargo, en cuanto a este último punto, reiteramos: eso no lo hizo ni científico, ni un “mártir de las ciencias”.

Referencias
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